miércoles, 6 de junio de 2012

LA DANZA DE LAS SERPIENTES (parte I)


A
trás quedaron los antiguos días en los que los inmortales éramos adorados como dioses,  cuando de todas partes del mundo los hombres venían a rendirnos tributo, a alimentarnos con una ofrenda de sangre y fuego. El ser nuestro alimento era considerado todo un honor, este sólo gesto era suficiente para que el sacrificado pasara ser un considerado un dios por derecho propio. Aquellos días en los que el hombre respetaba a los árboles y a los espíritus del bosque, y los animales de la selva eran considerados criaturas sagradas. Todos vivíamos en un mundo que se hallaba en un balance de fuerzas, en el que todos teníamos nuestro espacio, sin ese concepto sesgado y limitado de bien y mal. Más bien vivíamos en un mundo un poco más amplio, que intentaba balancearse entre dos grandes fuerzas llamadas orden y caos, sin que una estuviera en grado superlativo sobre la otra. Ahora bien todo esto que menciono forma parte de las memorias de una era pasada, de la que sólo quedan reliquias que atestiguan el esplendor de los antiguos días de gloria. Porque todo cambió desde que del oriente comenzó a fluir una corriente espiritual, que poco a poco como el agua que se filtra a través de las piedras, comenzó a penetrar en las mentes de todos los hombres, al principio no era más que una secta clandestina, integrada por inadaptados que no hallaban su lugar propio en la sociedad, que no se sentían parte del mundo en que vivían. Pero que con el transcurso de los siglos terminó por convertirse en una verdadera religión imparable que terminaría por cambiar la vida de todos para siempre.

Hasta que el mundo que conocíamos desapareció para siempre, los antiguos fuimos declarados enemigos de la nueva deidad, que ahora se alzaba sobre todos como única y verdadera, creadora, amante y redentora. Sólo él era verdadero, su camino el único que lleva a la vida eterna, y su palabra la única verdad. Todos los demás espíritus pasamos a ser olvidados, meras invenciones de la mente humana, o en el peor de los casos, manifestaciones o mensajeros de un supuesto enemigo, que acecha a los hombres para que se desvíen del camino correcto y caigan en la tentación. En fin, nosotros los elementales, ya sólo existimos en las páginas de los libros de cuentos infantiles, en novelas de ficción. Ya ni siquiera podemos habitar en las fronteras de los sueños. Pues hemos sido desplazados por las influencias superfluas del materialismo. Pero no todo es malo, siempre hay un pequeño rayo de luz en los momentos más oscuros, y así como la humanidad pasó de estar bajo nuestro control para estar bajo el de él, ahora ellos mismos se han liberado de sus cadenas y se han hecho dueños de su destino. Y no es que esta noticia me alegre, ya que tal como están las cosas es evidente que los hombres jamás volverán a creer en nosotros, pero me contenta que poco a poco han dejado de creer en él, al punto de que ya es inevitable que  en un futuro no muy lejano él también pase a las sombras del olvido. Pero mi intención de despertar del letargo en el que me encuentro desde hace siglos no es el de filosofar sobre estos temas, sino contar algunas historias que se han olvidado, que forman parte de mis recuerdos de los días de esplendor,  y que espero poder decir antes de que me desvanezca como el rocío matutino sobre la hierba, y de mi no quede ningún rastro que atestigüe la vaga idea de mi pasada existencia.

De mi no pienso seguir hablando, basta con decir que soy un elemental de los días pasados. Mi objetivo es narrar una serie de eventos que ahora sólo se encuentran en mi evanescente memoria, por lo que me urge contarlos antes que desaparezcan. Lo que quiero contar es la historia de la serpiente emplumada y los árboles de la vida y del conocimiento:

Al principio cuando los bosques y las selvas eran vírgenes, y la mano de hombre no había hecho ningún daño considerable a las obras de la naturaleza, había en lo más profundo de cada una de ellas dos árboles que eran la fuente de toda la vida y la supervivencia de todos los seres que habitaban la tierra. Uno era el árbol de la vida de cuyas raíces brotaban los manantiales que alimentaban todos los arroyos y ríos que fluían a través de los bosques, las montañas y las llanuras, incluyendo los grandes ríos que atravesaban las sabanas. Y en cuyas ramas brotaban las flores que esparcían la vida a todas las criaturas. Este árbol era de una altura considerable, destacando por encima de todos los árboles de la selva, poseía un tronco tan ancho como 10 hombres. Sus características lo hacían único entre todas las cosas, su corteza era blanca y lisa, otorgándole un brillo particular ya fuera a la luz del sol o de la luna, produciéndose una especie de fulgor que provocaba un trance en aquellos que lo vieran fijamente, y si esto no fuera suficiente, su follaje carecía de hojas pero estaba lleno de flores amarillas, que florecían todo el año, de las cuales brotaba el polen que fecundaba la tierra y todas las criaturas que sobre ella caminan. El otro árbol era el árbol del conocimiento, en cuyo interior se almacenaba toda la información de la vida, los secretos del universo estaban ocultos bajo su corteza. Este era de dimensiones similares al árbol de la vida, pero tenía un aspecto algo diferente, su corteza era negra y opaca como el carbón y sus hojas eran verdes fosforescentes, y durante todo el año se mantenía floreado, era abundante en flores blancas, rojas, azules, anaranjadas, y violetas. Pero lo más maravilloso de todo era verlas bajo la luz de la luna llena, y apreciarlas en toda su belleza fluorescente, que junto con el resplandor verdoso de las hojas y el fulgor blanco del árbol de la vida daban un espectáculo digno  de los dioses. Y por si fuera poco las flores amarillas de la vida despedían por las noches un perfume alucinante, que penetraba el ambiente y se expandía por grandes distancias.

Todo esto que hablo me hace llorar de nostalgia, pues vienen a mí recuerdos de los días pasados, en los que éramos reyes y dioses en estos bosques y selvas, éramos llamados creadores y destructores, los grandes señores engendradores y procreadores. Como extraño el olor de la tierra húmeda, el sonido del viento cantando sobre las copas de los árboles, ver a las hojas danzar y cantar cayendo al suelo. Mientras nosotros los elementales caminábamos sobre la hierba y el musgo, o flotábamos por entre ramas y trocos, admirando y cuidando nuestra creación, como los protectores que éramos. Aún recuerdo cuando durante el alba y el ocaso, la historia de la creación era cantada al viento, como se recitaban los versos de la formación de la tierra, en los cuales se nos alababa a los creadores del mundo, y de como del cielo aparecieron los antiguos dioses. Aún puedo recordarlo, y en un último intento por revivir los días idos y las glorías pasadas, recitaré la historia de la creación, aunque sé que ya no hay oídos que me escuchen ni voces que hagan coros a mis canciones, aún hay árboles que guardan dentro de sí la sabiduría del mundo, aunque sean ellos que oigan estos últimos versos que canto al viento, me daré por satisfecho y podré dejar que mi naturaleza evanescente desaparezca y se pierda en el olvido.

Quietud y oscuridad, existían al principio,
Infinitos, océano y cielo, en calma estaban,
Entre ellos, espíritus procreadores sólo existían,
Flotando sobre las aguas, envueltos entre alas.

Cubiertos de plumas verdes y azules,
Inmersos en el vapor del sueño eterno,
Los únicos dueños,
Inmóviles sobre el agua esperan el llamado.

Hasta que desde el cielo se oye un trueno,
Silencio y calma dejan de existir,
Espíritus creadores con un grito,
Llaman a aquellos que duermen bajo alas de plumas verdes y azules.

Expandiendo sus alas, despiertan de su letargo los espíritus procreadores,
Desde el cielo, el mensaje llega con la velocidad de un rayo,
Los espíritus creadores dicen tenemos poco tiempo,
Despierten debemos formar consejo.

En un coro sobrenatural de seres divinos,
Tanto los de voz de trueno que habitan en el cielo,
Como los de plumas verdes y azules, que flotan sobre el mar,
Repiten los versos que se oirán una y otra vez hasta el final.

Debemos comenzar, se nos acaba el tiempo,
Silencio y calma, ya no hay,
El amanecer amenaza con llegar,
Antes de que el alba amenace con la salida del sol,
El mundo tenemos que formar.

Y así inspirados por la proximidad del alba,
Los creadores y formadores, seres supremos,
Moviendo agua y aire, en una perfecta sincronía,
Danzando desde arriba y abajo, iniciaron la creación.

Del mar surgieron montañas y llanuras,
Y del cielo cayó la lluvia que creó los ríos,
Unos desde el mar, otros desde las alturas,
Dieron vida con sus voces y sus plumas.

Y el albor hizo sentir su cercanía,
Llegó el amanecer, y la luz existió por vez primera,
Con esplendor, el sol todo iluminó,
Estuvo el mundo, formado y vivo.

Una vez terminada la obra,
Llenos de gozo,
Admirando su creación se dijeron,
El sol ha salido, y el mundo fue creado.

            Oh sagrado dolor de la nostalgia, infinita amargura de la melancolía, aléjense de mí en estas horas, abandonen a este espíritu desdichado, que ha caído en el olvido y ha perdido su gracia, sólo los árboles han oído mi canto, sólo ustedes criaturas nocturnas, que habitan en los bosques son testigos de estos últimos rastros de mi existencia. ¿Es este el destino de una deidad de la naturaleza como yo?, ¿desaparecer junto a las sombras del pasado con la llegada de amanecer de una nueva era?, de ser así que la muerte llegue rápida y sin demora, que se apresure la hora de mi no existencia. Ya no aguanto más estos siglos de agonía, de desaparición lenta y dolorosa, desvaneciéndome en las sombras. La era de los seres divinos ha terminado, el tiempo de los elementales se agotó, y me toca a mí morir con el resto de mi especie. Cuando la última flor de los árboles sagrados se marchite, y la última hoja seca y sin brillo caiga al piso, será mi momento de desaparecer como humo en el viento, y como tal no dejare rastro en el tiempo, de mí no quedará ningún recuerdo. Los antiguos días de las glorías pasadas, sólo serán recuerdos que vagamente se asomarán en los sueños de las mentes más ingenuas, la antigua magia se habrá extinguido, los árboles sagrados habrán muerto. La era del materialismo y la razón habrán triunfado, el hombre al fin se hallará libre de divinidad alguna, será dueño de su destino, esclavo de sus acciones, amo de su propia destrucción.
           
          Ya mi memoria comienza a fallar, la no existencia se aproxima, así que no daré más largas al asunto y comenzaré a contar la historia que me propuse narrar desde un principio, ya sólo tengo retazos de recuerdos, aun a si, son suficientes para unir las piezas más importantes que conforman esta serie de eventos de los cuales aunque no fui protagonista, si fui testigo directo, ya que como deidad protectora de los árboles sagrados era mi deber observar todo lo que sucedía a su alrededor. Yo estuve ahí cuando una de las serpientes gemelas inició la conspiración por el control y la libertad de la humanidad, cuando por la ambición de una de ellas se inició uno de los episodios más oscuros y tristes de la historia, y que hoy se encuentra olvidado, de eso sólo queda vagos recuerdos y nada más. Pero antes de iniciar con la extracción de éstos de mi mente, primero debo descender aún más en la profundidad de mi memoria, y buscar en medio de la oscuridad los trozos de recuerdos que contienen el origen de las serpientes gemelas, pues pienso que debo comenzar por ahí para que las pocas criaturas que aun me oyen puedan entender lo que pretendo contar.
            
            Todo comenzó cuando el mundo fue creado, durante la danza entre los dioses de alas verdiazules, y los dioses de voz de trueno que moran en el cielo, fue en uno de esos movimientos que los alados hacían sobre las aguas para esparcir la vida, mientras los celestes formaban la superficie del mundo, que una de las alas de un dios chocó con la superficie filosa de una roca, arrancando una de sus plumas, provocando una herida que no sangra, porque es necesario que sepan que los dioses no sangran, por eso es que exigimos sacrificios de sangre, es la única forma de obtener aquello de lo cual carecemos. Esta pluma cayó sobre la roca, justo en el borde que sobresalía del agua, sin embargo la punta de la pluma que tenía el color más intenso quedo sumergida en el agua dadora de vida, mientras que la raíz herida y sin gracia quedó sobre la roca estéril, de este acto violento surgieron dos serpientes gemelas, una negra de piel rugosa y áspera se formó sobre la roca, la otra emergió de entre las aguas elevándose sobre la superficie adornada de plumas verdiazules. Es así como se crearon las serpientes gemelas, una oscura, poseedora de secretos y misterios como la noche, otra colorida y llena de gracia como el día. La serpiente emplumada podía volar e ir a donde quisiera, mientras que su gemela debía arrastrarse como una serpiente común. Pero ambas poseían una cualidad, podían transformarse en humo y traspasar cualquier sustancia, es así como no había obstáculos para ellas. Claro está que existía una diferencia, la serpiente emplumada se trasformaba en humo blanco, y la serpiente de piel negra, en humo negro. Es así como en el panteón de dioses antiguos eran conocidas como humo blanco y humo negro. Estos nuevos dioses gemelos tuvieron un papel importante en la creación de la humanidad, pues fue a ellas a quienes los dioses de la creación encargaron la tarea de crear al hombre. Pues hasta ahora sólo existían sobre la tierra, en los aires, o bajo el mar, criaturas incapaces de alabar a sus creadores, animales incapaces de hablar o adorar a sus creadores. Así que a las serpientes se les ordenó crear una criatura capaz de adorar y alimentar su formador, pues los dioses tenían claro que necesitaban ser alimentados, necesitaban una fuente de sangre, ese líquido portador de vida, pues como ya he dicho los dioses no sangramos.
            
      En verdad que decimos a ustedes serpientes gemelas, que no hay sobre la tierra criatura alguna que pueda dar alabanzas a los dioses, no hay quien nos dé gracias por haber otorgado el don de la vida, y por sobre todo no hay quien nos de su sangre como muestra de amor, quien nos alimenten con el fluido vital que necesitamos para vivir. Así que les encomendamos a ustedes que creen criaturas dignas de nosotros, que nos adoren y veneren, que nos alimenten y nos tengan siempre en la memoria. Porque es cierto que si no hay nadie que nos recuerde dejaremos de existir, para nosotros no existe la muerte, ya que no somos carne perecedera. Pero si estamos amenazados a ser destruidos por la no existencia, que llegará a nosotros rápida y sin vacilación si caemos presa del olvido. Así que es a ustedes principio dual de la creación, primeros dioses creados, de nosotros los no nacidos, los no engendrados, los no creados. Ustedes humo blanco y  humo negro, que corresponde crear al hombre, a la criatura digna de dirigir alabanzas a nosotros. Pues les recuerdo que el amanecer se acerca, y para cuando salga el sol por vez primera el hombre debe estar formado. De esta forma las serpientes obedeciendo el mandato de los no nacidos, e inspiradas por la proximidad del alba, decidieron consultar entre ellas cual sería la mejor manera de crear al hombre, de que sustancia lo formarían. Durante largo rato meditaron, y al cabo de un tiempo pensaron en hacer al hombre de polvo, pero al intentar darle forma se dieron cuenta de que el polvo es informe, imposible de moldear. Abandonaron su primer  intento y volvieron a meditar de qué sustancia harían al hombre. Al cabo de un tiempo decidieron hacer al hombre de barro, pero nuevamente se encontraron con que esta sustancia no era la más adecuada, pues era banda y débil, y los hombres moldeados a partir de barro no podía mantenerse en pie. Así que decidieron lanzar su creación al agua y borran todo intento de fracaso. Nuevamente entraron en reflexión de su creación, y de cómo podrían crear al hombre, una criatura capaz de adorar a los dioses. Luego de un tiempo decidieron labrar al hombre de madera, así crearon a los primeros hombres que pudieron caminar sobre la tierra, pero estos hombres eran insensibles, ingratos, inconscientes de su creador, no era apto para dirigir alabanzas, no sentía la necesidad de hacer adoración. Las serpientes sintieron decepción de su obra una vez más. Decidieron borrar toda huella de su fracaso y eliminaron a los hombres de madera a través del fuego, convirtiéndolos en cenizas. Ya estaban a punto de entregarse al fracaso, se sentían incapaces de cumplir con el mandato de los dioses creadores, decidieron pensar una última vez, pero ya no tenían tiempo, el amanecer llegaba y el hombre no estaba hecho. En un intento desesperado decidieron crear al hombre de maíz, hicieron su carne de maíz amarillo, y también sus huesos. De cacao hicieron su piel. De maíz blanco hicieron su sangre y todos sus órganos. Ya justo cuando el primer rayo de sol iluminaba la tierra por vez primera, las serpientes dieron las palabras de vida al hombre de maíz, y este se puso de pie, abrió los ojos y contemplo por primera vez el sol, caminó sobre la tierra y admiró la creación. Y los dioses no nacidos dijeron en coro: el amanecer ha llegado, el sol ha salido, y el hombre ha sido creado. Este si es digno de alabarnos, de darnos adoración. Este si podrá alimentarnos con su sangre, y gracias a él no caeremos en el olvido, y no seremos víctimas de la no existencia. El nos recordará para siempre, y sus descendientes nos tendrán en su memoria. Alabadas sean para siempre serpientes creadoras del hombre. 

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