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engo
frío, aunque es una noche sin viento, oscura y sin luna, la niebla lo cubre
todo, es imposible ver más allá de mis dedos extendidos hacia adelante en medio
de esta nada que me rodea. No recuerdo bien cómo llegue aquí, y para ser
sincero ni siquiera se en dónde estoy. En mi memoria sólo tengo retazos de una
vida, recuerdos, vagos recuerdos y nada más. El frío es tan intenso,
resquebraja mi piel, atravesando mi carne tortura mis huesos, me duele
respirar, aunque es una sensación extraña, pues siento como si el aire no
llenara mis pulmones, es como si no hubiese aire, sólo esta sustancia brumosa,
informe y vaporosa que lo rodea todo, no puedo ver nada, no veo mis pies, y
ahora que lo noto, no siento el suelo por el que camino, es como si flotara en
medio de esta vacuidad que lo absorbe todo, no veo nada, no oigo nada, sólo
estoy yo, el silencio, la oscuridad y nada más. Sigo caminando, sin saber a
dónde ni cómo, más que caminar floto, me deslizo a través del vacío, como si
fuera humo de incienso que sobre el aire flota, como el aroma de un perfume que
se expande en el ambiente. Así me siento ahora, sin saber en dónde estoy ni a
dónde voy, al igual que una hoja que flota sobre el agua movida por las ondas
que se expanden en todas direcciones, sin embargo ella sigue allí en el mismo lugar, flotando, sin
dirección.
A mi mente vienen recuerdos de momentos
diferentes, de noches de luna llena, viento suave y fresco, aroma de arboles con
tierra mojada, en los que al extasiarse por el fulgor plateado de la luna, mi
mente alucinaba con su belleza argentosa, que desde las alturas me saludaba,
invitándome a danzar con ella. Es obvio que nada de esto sería posible sin la
ayuda de las sustancias mágicas, como las llamo yo, pues al beberlas y al
fumarlas me hacen sentir como Alicia en el país de las maravillas, y aunque no
corro detrás de ningún conejo blanco, si he llegado a ver orugas que fuman.
Cuando entro en este trance todos los objetos cobran vida, y todos adquieren la
cualidad de hablar, claro que ninguno es tan hermoso y lleno de gracia como mi
dulce amante, si ella que desde lo alto me saluda con su aura fluorescente, con
su palidez lúgubre y mortecina. Al contemplarla siento que puedo volar hasta
llegar a ella, para fundirnos en un sólo ser lleno de amor y deseo, de lujuria
y pasión. Mi hermosa dama plateada, la que ocupa mis pensamientos, y por la
cual soy capaz de hacer lo que sea, hasta de probar mezclas que todos
consideran peligrosas, sustancias que no deben consumirse juntas ni en
proporciones exageradas, pero nada de eso importa, no hay precio suficiente que
se compare al placer de contemplar a mi dulce amante en toda su plenitud, antes
de que su gracia mengue y su presencia desaparezca del cielo por algunas noches.
Ahora es importante aclarar, que esto no
siempre fue así, y digo no siempre porque ahora vienen a mí más recuerdos, que
parecen extraídos de otra vida, de otra persona que no era yo. Era lo que
podría llamarse una persona normal, o por lo menos en apariencia, ya que dentro
de mí nunca me considere normal, siempre supe que era diferente. De niño en la
escuela me habían diagnosticado con un ligero problema de déficit de atención,
pero al ir creciendo el problema se fue acentuando, los terapeutas que me habían
visto nunca comprendieron que mi problema no era de atención, sino que yo tenía
la capacidad de escapar a realidades alternas en las cuales podía encontrar
alivio a esa realidad que me sofocaba y oprimía, a esa realidad mediocre que
envolvía a todos los que me rodeaban, y en la que al parecer todos se sentían
conformes, como peces que nadan juntos llevados por la corriente, como gusanos
que se apilan y aplastan entre sí para devorar su pedazo de basura de la cual
se alimentan, cómo mosquitos que vuelan en multitud hacia esa luz cegadora y
atrayente que deslumbra todos los sentidos y que conduce a la muerte. Es que en
el fondo la mierda de ese mundo en que vivía me ahogaba todos los días a cada
momento, no soportaba estar ni un segundo en ese mundo de marionetas y robots,
al que todos odiaban pero que no hacían ningún esfuerzo para cambiarlo, al
contrario, hacían cualquier esfuerzo posible por adaptarse a él y sobrevivir
entre la inmundicia, la mayoría se conformaba con esto, los más temerarios y
ambiciosos escalaban sobre los cadáveres de los demás sin el menor escrúpulo ni
remordimiento, ascendiendo entre los despojos y la podredumbre de un mundo que
se consume a sí mismo, y se descompone en su propia mierda. Apenas consciente
de su patética realidad, execrando a todos aquellos que se atreven a pensar
diferente, condenándolos al exilio, al olvido, a una muerte lenta y triste. Pero
yo era diferente, era superior, y digo era porque en el estado en que me
encuentro ahora, ya no sé si soy, era, o ya no soy más.
El tiempo fue pasando, yo fui creciendo
y mis capacidades para evadir la realidad fueron aumentando, al entrar en la
adolescencia descubrí que el alcohol era un agente que potenciaba mi habilidad
de evadir la realidad consciente, él me ayudada a escapar a lugares en los que
sólo una mente superior como la mía podía llegar, lugares que no eran
accesibles a simples mortales que se conformaban con ese mundo del cual yo
hacía todos los intentos posibles por escapar. Uno de esas capacidades que más
se había desarrollado con el tiempo era la de crear mi propia realidad, poco a
poco se me hacía más difícil distinguir entre el mundo de los sueños y el mundo
real, por lo que pronto me di cuenta que no había diferencia entre sueños y
realidad, yo me había convertido en una especie de Dios que hacía de sus sueños
su propia realidad. Al principio soñaba despierto, pero con el paso de los años
las cosas comenzaron a cambiar, caía en
sueños profundos de los cuales al despertar no era capaz de recordar nada, a
menudo despertaba con golpes y rasguños por todo mi cuerpo, en muchas ocasiones
estaba impregnado de tierra y suciedad. Ah cuán lejos estaba del resto de los
simples mortales, seres inconscientes y condenados a estar encadenados a una
realidad creada por alguien más, incapaces de crear su propio mundo para
refugiarse en él. Pero no, yo era diferente, yo podía crear mundos a mi antojo,
solo bastaba que tomara una cantidad suficiente de mi elixir mágico y en un
instante me convertía en un ser divino, creador y destructor de cuanto yo
quisiera. Luego descubrí algo que cambió mi vida para siempre, había sustancias
más poderosas que el alcohol para convertirme en Dios. La primera vez que la
probé fue como ir al cielo en un solo viaje, bastó que fumara una cantidad de
esa hierba maravillosa para que en seguida fuese capaz de crear realidades
superiores a cualquiera que hubiese creado antes. Ya no era Dios era una
especie de SuperDios, un gran señor creador y destructor. Ahora sentía que
estaba en el país de las maravillas, los demás eran como Alicia que no entendía
que pasaba ni en dónde estaba, yo en cambio era cómo la oruga que fumaba de su
narguile, por más que esta se esforzara por explicarle las cosas a esa pequeña
niña, ella jamás lograría comprenderlas.
Y
digo esto porque a medida que mi mente evolucionaba a niveles superiores, mi
familia comenzó a molestar y a entorpecer mi proceso de ascensión, ellos no entendían
mi superioridad, y no los culpo, sumergidos en su propia insignificancia no
eran capaces de ver la grandeza que tenían en frente. Comenzaron por obligarme a buscar un
tratamiento a la enfermedad que según ellos yo padecía, que ignorantes eran, no
entendían que yo no estaba enfermo, yo era un ser divino y como tal tenía
habilidades que ellos no eran capaces de comprender. Como dije antes comencé a caer en profundos sueños de
los que al despertar no recordaba nada, es así como un día al despertar de las
sombras de mi mundo alterno, me encontré con una noticia que causo un gran gozo
en todo mi ser, fue una sensación indescriptible de alegría, si es que la
palabra alegría puede aplicarse al estado en el que yo me encontraba. Y el
asunto que causaba ese torrente de emociones en mí no era otro que la solución
a unos de mis problemas, la cual había llegado de manera inesperada y
silenciosa. Al parecer de la mano de
algún ángel vengador que no soportó mas ver la injusticia de la cual yo era
víctima por parte de aquellos que eran incapaces de comprender mi superioridad,
en realidad no se qué fue lo que pasó, de hecho nadie lo sabe, según la policía
pudo tratarse de un robo, aunque al parecer nada había sido robado, ni nada
había sido movido de su santo lugar. Pero el hecho en cuestión era que en el
garaje de la casa el cadáver de mi padre yacía apuñalado en el pecho desde la
noche anterior, había muerto ahogado en su propia sangre, pues el objeto que se
usó para llevar a cabo la sentencia de la cual era merecedor por haberme
tratado de forma tan injusta, no había perforado su corazón, pero en cambió sus
pulmones no tuvieron la misma suerte y terminaron siendo perforados en varias
oportunidades, provocando que la sangre inundara todo y que mi padre terminara
ahogado en una charco de su cálida, viscosa, y roja sustancia vital. El arma
homicida jamás se encontró y la policía pronto desechó el caso, o por lo menos
eso es lo que decían mi madre y mis hermanas, pues para mí nada más importaba
sino el hecho de que me hallaba libre de uno de mis más grandes obstáculos.
Ahora sólo faltaba que ese ángel vengador obrara nuevamente y todo estaría
completo, tres obstáculos se oponían para que yo pudiera vivir a plenitud. Sólo
tres milagros más y todo estaría listo, y algo me decía que esa mano vengadora
y celestial escuchaba mis pensamientos, todo acabaría pronto, eso me decían mis
voces y ellas nunca se equivocaban.
Ahora es tiempo de hablar de ella, mi
único amor, mi amante perfecta, la que me seduce desde las alturas con su
pálida desnudez, no recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que oí su
voz, pero si estoy seguro que fue después de comenzar a probar las pastillas,
las tomaba de todos los colores, y eran para mí la única fuente de poder, ellas
eran superiores a todo lo que había probado antes. Y fue gracias a ellas que
pude escuchar la suave voz de mi amada, esa voz susurrante, como de serpiente,
que se deslizaba desde las alturas hasta mis oídos, y de ahí a través de todo
mi ser, a pesar de que no era más que un susurro, lograba opacar a todas las
voces que hacían vida en mí. Recuerdo pasar noches enteras contemplado su
fulgurante rostro que me invitaba a ir hasta ella, a poseerla y a hacerla mía,
a unirnos en un acto sexual y convertirnos en un solo ser, hasta hacerla llegar
a un orgasmo infinito. Pero he aquí que algo comenzó a suceder, y es que mi
habilidad de caer en profundos sueños no sólo se acentuó, sino que mi memoria
comenzó a perder su capacidad, de pronto me encontraba en un lugar sin saber
cómo había llegado allí. Había trozos de
mi vida que estaban totalmente en blanco, pero eso me tenía sin el más mínimo
cuidado, ya que mi vida no transitaba por ese mundo miserable del cual mi
memoria se había desprendido, yo estaba en mi propia dimensión, creada a mi
antojo y voluntad. Y mi única ambición en esta existencia vaporosa y alucinante
en la que ahora transcurría mi ser, consistía en admirar, amar, y satisfacer
los deseos de mi amada, la única.
Fue ella quien me pidió deshacerme de
mis hermanas y de mi madre, según me decía, eran un estorbo entre nosotros,
algo que debía ser eliminado. Reconozco que al principio se me ocurrieron
múltiples maneras de complacer los deseos de mi amada, pero no tenía la
voluntad de hacerlo, cuando reunía el valor suficiente para llevar a cabo
alguno de los planes que se anidaban en mi mente durante días, afloraba la
cobardía de lo más profundo y tomaba el control de mi voluntad y entendimiento.
Estaba perdido, no tenía escapatoria, era un cobarde, un gusano, algo menos que
un gusano, un ser sin voluntad ni valor para cumplir el único deseo de su
argentosa amante, mátalas me decía, mátalas decía una y otra vez su voz de
serpiente. Pero la cobardía tiene voluntad propia y su voz resonaba en mí con
absoluto estruendo. Ya no había esperanza, jamás sería capaz de cumplir mi
misión, y jamás sería feliz al lado de mi amada. Todo parecía perdido, hasta que, se presento
la verdad ante mis ojos, como una luz cegadora me hizo comprender que no tenía
de que preocuparme. Pues yo no estaba solo en mi lucha contra el mundo, a mi
lado, imperceptible pero eficiente, se encontraba el ángel vengador, aquel que
me había librado de mi padre, también se encargaría de liberarme de mi familia.
Sólo debía esperar a que el hiciera su trabajo y todo estaría bien. Sólo
esperar y nada más.
El olor a humo me despertó, me costaba
respirar, estaba aturdido, no recordaba nada, era una de esas tantas veces en
las que mi memoria colapsaba, como en otras ocasiones tenía suciedad y golpes
por todo mi cuerpo, pero esta vez también había sangre en mi ropa, manos, y al
parecer en mis zapatos, no puedo recordar si la sangre que había en mi cara era
producto de pasar mis manos ensangrentadas por ella al intentar limpiar las
gotas de sudor que corrían por mi frente producto del calor que me sofocaba, o
si había llegado allí de la misma forma que en que había llegado al resto de mi
cuerpo, en fin no le hubiese dado importancia si no fuera por el hecho de que
al parecer mi casa estaba en llamas, yo estaba en mi habitación sobre mi cama,
por debajo de la puerta se colaba una amarillenta y vacilante luz, que otorgaba
a la habitación un fulgor espectral que hacía divagar mi mente más de lo que ya
estaba. El calor y el humo que ya me hacían difícil respirar, hicieron que
saliera a ver qué ocurría, al intentar abrir la puerta sentí como el pomo de la
cerradura quemaba mi mano, pero eso no me detuvo, al salir me encontré con que
las llamas devoraban la sala y ya alcanzaban el techo, parecían trepar por las
paredes y arropaban todo a su paso, era una imagen alucinante, embriagadora,
que me hipnotizaba y me hacía perder el sentido del tiempo. Así que en vez de
salir huyendo de allí como cualquier persona sensata hubiese hecho en mi lugar,
preferí quedarme para admirar esa escena tan maravillosa que yo en mis
alucinaciones jamás hubiera sido capaz de crear. Los muebles ardían con llamas
grandes y voluminosas de colores que iban del amarillo al anaranjado más
intenso, y para hacerlo más interesante arrojaban destellos de llamaradas
azules, un azul tan intenso que captaban toda mi atención. Otra cosa
interesante era el sonido que producía el fuego al engullir todo lo que se
encontraba, era una especie de crujido, indescriptible a través de las
palabras, pero que inducía en mí el más sutil y ligero trance. Me encontraba yo
totalmente absorbido en la contemplación de esa escena que tenía a mi alrededor,
y de la cual quería formar parte, cuando
noté algo, al principio fue como un susurro, una vaga idea, algo que de forma
lenta iba aflorando en mí, al inicio produjo
un terror que me hizo estremecer, un terror que poco a poco comenzaba a
causar una sensación sádica en sí misma, la sola idea era demente, pero cada
vez estaba más seguro de querer hacerlo, quería ser absorbido por esas llamas y
ser parte de la belleza que tanto admiraba en ese momento. Quizás fue por estar
absorto en esos pensamientos, o por estar cautivado por las llamas, o
posiblemente se debió al trance que el sonar del fuego producía en mí. El hecho
fue que por un instante desvié la mirada hacía algo que no había notado antes,
algo que estaba ahí más tiempo del que llevaba yo contemplado el incendio. Pero
que al verlo produjo en mí la mayor de las alegrías y las satisfacciones,
quizás comparable al placer sexual que siento al unirme con mi amada. Ahora la
verdad estaba ante mis ojos y me decía que todo había terminado, que todo llegaba
a su fin, ya podía estar para siempre con mi amor sin que nada ni nadie nos lo
impidiera. En un instante lo comprendí todo, y sentí que se había hecho
justicia. El ángel vengador había escuchado mis lamentos y había atendido a mis
suplicas, como lo hiciera años atrás acudió en mi ayuda y me había librado de
mis enemigos, de esos seres despreciables que sólo querían lastimarme y atarme
a su mundo de miseria e inmundicia. Pero ellos no contaban con la intervención
de mi ángel vengador. Ya no tenía que preocuparme nunca más, la cobardía se
había ido de una vez y para siempre, la libertad se acercaba con paso rápido y
me decía que jamás se iría. Frente a mí yacían los cadáveres degollados de mi
madre y mis hermanas. Lancé un grito de euforia, alcé los brazos y le dije a mí
amada luna que ahora estaríamos juntos para siempre, que nadie lograría
separarnos ahora. Respire hondo y esperé que las llamas me consumieran, ahora
sería libre y las llamas me llevarían al lugar que me corresponde, y justo
cuando el fuego comenzaba a quemar mi piel acudió de nuevo a mí el horror y
traspasando mi carne se aferro a mí para nunca dejarme, dejándome escuchar su
horrible mensaje, pronto sería libre, y me iría a otro lugar, pero, ¿a dónde?
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